Comentario
La iglesia del conjunto ramirense del Naranco, dedicada a San Miguel, ha perdido toda la zona de la cabecera, por lo que no se puede analizar su estructura original hasta que sean dados a conocer los resultados de las últimas excavaciones que allí se realizan. En la parte de los pies, está clara la existencia de una tribuna sobre la puerta principal, con escaleras laterales de acceso, que sería el lugar reservado para el monarca; la nave principal era estrecha y muy alta, con bóveda de cañón entre arcos fajones, como la de Santa María, que pudo desplomarse por la poca superficie de los soportes y la mala cimentación; las columnas de las naves llevan gruesos capiteles piramidales, del tipo que se denomina en Bizancio "capitel imposta", ya que reúne la forma y función de ambos elementos; su presencia en la Asturias de Ramiro I, aunque la decoración sea de sabor local, indica una de las procedencias probables de todas estas innovaciones arquitectónicas.
Las naves laterales de San Miguel de Lillo son altas y perpendiculares a la central; en el testero sur hay una gran ventana, con celosía calada sobre arquillos, que parece desarrollar la misma función que la del crucero de San Julián de los Prados, reforzando la iluminación de la tribuna real. El contrarresto de los muros interiores se acusa mediante contrafuertes con acanaladuras verticales, que tendrían originalmente mayor altura. Parece que el edificio se arruinó pronto por causas naturales, y desde entonces ha sufrido excesivas intervenciones y restauraciones, que invitan a dedicarle un estudio muy pormenorizado, ya que en él se reúnen los componentes más avanzados y complejos del sistema arquitectónico ramirense, y también su decoración más peculiar. De esta última, se concentran en la parte conservada de la tribuna y primer tramo de naves, de un lado, dos pinturas murales, una con un tañedor de laúd, peinado y vestido como un fraile y otra con un personaje sentado, escoltado por otro más pequeño, ante un fondo de arbustos; son las únicas figuras humanas de la pintura asturiana y pueden tener cierto valor simbólico o ser meramente ornamentales. De otra parte están los roleos vegetales que bordean los arcos menores, sogueados en impostas, capiteles cúbicos con lengüetas, fustes acanalados y curiosas basas prismáticas con toscas representaciones de los evangelistas; la colocación simbólica de los evangelistas en los soportes de las columnas ya se empleaba en época visigoda, como demuestra San Pedro de la Nave, pero en Lillo se combinan las imágenes de los personajes sentados ante pupitres con las figuraciones simbólicas del león, el toro, el ángel y el águila, en actitudes similares a las de las miniaturas carolingias, en las que se supone tienen su origen.
Finalmente, las jambas de la puerta principal están labradas con tres escenas figuradas, que se repiten a cada lado y que parecen extraídas de las ornamentaciones de los dípticos consulares, concretamente de uno como el del cónsul Areobindus, del año 506; uno de los cuadrados contiene una figura humana sentada a la que flanquean dos acompañantes de pie, y otro refleja una escena de juegos de anfiteatro, con un león y su domador, entre los que salta un acróbata. El recurso a esta temática podría considerarse una copia ingenua de un asunto irrelevante, si no tuviéramos el testimonio de escenas similares en iglesias palatinas bizantinas; parece que esta imitación de las dignidades imperiales y sus festejos se colocó en Lillo conscientemente para destacar el carácter regio del edificio y la relevancia de esta portada sobre la que se encontraba la tribuna real.